Yerba Mate, leyenda




Según el credo y la nacionalidad de quien las narra, diferentes leyendas cuentan que es la luna, Jesucristo o Santo Tomé quién creó la Yerba Mate, en agradecimiento a la hospitalidad de los hombres buenos, que siempre están representados por una familia de guaraníes. Sea quien fuere el artífice de tan bondadosa planta, todos coinciden en señalarla como una bendición del cielo y un símbolo de amistad. Esta es la versión guaraní más difundida sobre el origen de la Yerba Mate:


La Caá Yarí



Yasí, la luna, miraba con curiosidad las tierras que Tupá, el poderoso díos de los guaraníes, había recubierto con extensos y profundos bosques. Tanta belleza la llenaba de deseos de bajar a recorrerlos, descansar bajo su sombra, sentir el sonido del viento que jugaba con sus hojas. Tan imperiosa se volvió ésta necesidad, que una madrugada llamó a su amiga Araí, la nube rosada del crepúsculo, y la convenció para que bajaran juntas. Y así lo hicieron, bajo la apariencia de jóvenes y hermosas doncellas.
Durante todo un día pasearon por el bosque, y cuando el cansancio las comenzó a invadir, decidieron buscar reposo en una choza que habían visto. Hacia allí se dirigían cuando las sorprendió en el camino un yaguareté. Sin darles tiempo a abandonar su forma humana, el animal se abalanzó sobre ellas pero, antes de alcanzarlas, una flecha disparada desde la espesura del bosque lo hirió en el costado. El animal, enfurecido, se lanzó en busca de su nueva presa, un viejo indio quien disparó una segunda flecha que le atravesó corazón. Terminada la lucha, el indio, al notar la fatiga de las doncellas, les ofreció hospitalidad y así fue como Yasí y Araí fueron conducidas hasta su choza.
El hombre vivía junto a su mujer y su hija, Yarí, una muchacha dotada de una belleza excepcional. Los tres, fieles a los deseos de Tupá, se brindaron generosamente a sus huéspedes atendiéndolas con gran afecto y dándoles todo lo que su humildad les permitía.
Al día siguiente Yasí anunció que había llegado el momento de regresar. Sus amigas, las nubes, habían cubierto la noche, colocándose bien juntas para tapar el cielo y disimular su ausencia, pero ya no podía seguir de vacaciones por la tierra mientras otros trabajaban por ella.
Así las dos aventureras doncellas emprendieron el camino acompañadas del viejo. Este les confió el motivo de su vida aislada: al nacer Yarí, tan llena de virtudes, el temor de que en un futuro alguien o algo pudiera corromperla lo llevó a alejarse de la comunidad en que vivía para mantener intactos los dones con que Tupá había embellecido a su hija.
Cuando Araí y Yasí estuvieron solas, abandonaron su forma humana y subieron a ocupar su lugar en el cielo. Tan agradecidas se sentían por la hospitalidad del viejo indio y sus mujeres que decidieron premiarlos por tanta bondad y se pusieron a pensar en cuál sería el mejor regalo.
Así fue como una noche, mientras los tres aborígenes dormían profundamente, Yasí esparció frente a su choza semillas celestes; desde el cielo iluminó fuertemente donde las había sembrado mientras Araí empapaba la tierra con una dulce y suave lluvia.
Al llegar la mañana, ante la choza habían brotado unos árboles desconocidos hasta entonces, cubiertos de blancas flores y oscuras hojas. Al despertarse con semejante sorpresa, el viejo indio, su mujer y su hija quedaron maravillados, sin encontrar explicación a lo que sus ojos veían. Y entonces apareció Yasí, en forma de la doncella que ellos habían conocido, y les habló así:
- No tengáis ningún temor - les dijo -. Yo soy Yasí, la diosa que habita en la luna, y vengo a premiaros vuestra bondad. Esta nueva planta que veis es la yerba mate, y desde ahora para siempre constituirá para vosotros y para todos los hombres de esta región el símbolo de la amistad. Vuestra hija vivirá eternamente y jamás perderá ni la inocencia ni la bondad de su corazón y ella será la dueña de la yerba.
Luego de éstas palabras, Yasí regresó al cielo, no sin antes enseñarles cómo tomar esta bebida.

El indio siguió las instrucciones, tostó las hojas y las molió, las colocó dentro de una calabaza, vertió agua caliente y con una pequeña y fina caña bebió.

Después pasó el recipiente a su mujer, para que probara… y a su hija… una y otra vez la calabaza pasó de mano en mano…. Había nacido el mate.


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